Los que me conocéis ya sabéis que soy fiel seguidora de Elsa Punset, y desde que hace ya años en su artículo “Neuroarquitectura: el reflejo por fuera de lo que somos por dentro”, he profundizado mucho en esta novedosa disciplina emergente en Estados Unidos.
La Neuroarquitectura nace en 1998 cuando dos neurocientíficos, Fred H. Gage y Peter Eriksson, descubren que el cerebro humano es capaz de producir nuevas neuronas en la edad adulta con un entorno que lo estimule.
Esto cambió la concepción clásica de la arquitectura, descubriendo cómo el entorno arquitectónico influye en determinados procesos cerebrales que tienen que ver con el estrés, la emoción y la memoria, favoreciendo la producción de oxitocina y serotonina, que son secreciones relacionadas con las sensaciones placenteras, la relajación y la felicidad.
En 2003 se fundó la Academia de Neurociencias para la Arquitectura (ANFA) en San Diego (California), que tiene como objetivo “investigar cómo debe ser el diseño del espacio en el siglo XXI para mejorar nuestro bienestar, aumentar el rendimiento y reducir el estrés y la fatiga de las ciudades.”
Es una nueva concepción de la arquitectura más allá de los conceptos de funcionalidad y estética.
Se trata de diseñar ambientes más saludables y estimulantes que eviten la agresión, la insatisfacción, las depresiones y las enfermedades mentales por edificar ajenos a los códigos más primitivos de nuestro cerebro
Los beneficios de la aplicación de la neuroarquitectura a los distintos espacios son:
– Viviendas: mejora la salud global aumentando el bienestar y la felicidad de sus moradores
– Hospitales: se recuperan mejor y más deprisa los enfermos en algunos modernos hospitales prototipo, en el que abundan espacios naturales y verdes. Según resultado de las investigaciones del Dr. Stanley Graven, cuidar los niveles de luz (que influirán en la agudeza visual) y ruido (para evitar dificultades de aprendizaje y del lenguaje posteriormente) favorece el desarrollo del cerebro de los bebes prematuros en unidades neonatales
-Residencias geriátricas: Un entorno físico acelera la recuperación de los enfermos. Según el Dr. Jonh Zeisel. La arqutiectura a menudo es más eficaz que el tratamiento farmacológico y las terapias conductuales para reducir el estrés, la ansiedad y la agresividad de los pacientes de Alzheimer.
– Centros de enseñanza: mediante ajustes de luz y de flujo de aire, forma y volumetría de las aulas e introducción de espacios naturales, mejora el aprendizaje, la creatividad, la concentración, influyendo en los resultados académicos y el comportamiento, y disminuyendo el absentismo.
– Construcciones religiosas y maravillas naturales: inducen un sentido de lo sagrado a los espectadores.
– Centros de trabajo: aumenta la productividad y eficiencia, disminuye el estrés, la fatiga y la baja laboral.
El siguiente texto es muy buena reflexión al respecto de la neuroarquitectura en las aulas, corresponde al capítulo 15 del Libro “NEUROEDUCACIÓN: sólo se puede aprender aquello que se ama” (Alianza Editorial, 2010), de Francisco Mora, dedicado a analizar cómo interactúa el cerebro con el medio que le rodea en el momento de la enseñanza y el aprendizaje, a partir de los datos que aporta la ciencia:
“¿Por qué enseñar a los estudiantes en clases amplias, con grandes ventanales y luz natural es mejor y produce más rendimiento que la enseñanza impartida en clases angostas y pobremente iluminadas?
¿En qué medida los colegios, los institutos de enseñanza media o las universidades, que se han construido y se están construyendo en las grandes ciudades, modelan la forma de ser y pensar de aquellos que se están formando?
¿Es posible que la arquitectura de los colegios no responda hoy a lo que de verdad requiere el proceso cognitivo y emocional para aprender y memorizar, acorde a los códigos del cerebro humano y verdadera naturaleza humana y sean, además, potenciadores de agresión, insatisfacción y depresión?
¿Hasta qué punto vivir constreñido en el espacio de un aula, lejos de las grandes extensiones de tierra con horizontes abiertos o montañas, árboles, de suelos alfombrados de verde o secos matojos no ha alterado los códigos básicos del aprendizaje y la memoria?
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Hace bastante tiempo que sabemos que los habitantes de grandes ciudades tienen unas tasas altas de ansiedad y neurosis, de estrés crónico y, desde luego, de enfermedades mentales, entre las que sobresalen la depresión y la esquizofrenia.
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toda percepción genera una reacción emocional sutil o brusca y aguda, de bueno o malo, de atractivo o rechazo, de acercamiento o huída, de desagrado o belleza, y de esta percepción, aguda o continuada, de ese marco cotidiano, no está ausente el edificio, las paredes del aula, el aula misma y los espacios de recreo del colegio.
Y es de este modo que para los arquitectos del proyecto y la construcción de los colegios, o de cualquier otro edificio donde se enseña, empiezan a pesar considerandos importantes, como que los edificios que construyen no sólo deberían tener exquisita razón y cálculo en su diseño y construcción, sino también emoción y sentimiento en grado sublime y, desde luego, su impacto sobre el funcionamiento específico de un cerebro que aprende y memoriza.
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Con ello se espera establecer un nuevo diálogo con el entorno, creando en los colegios formas innovadoras que hagan sentirse a los niños con más bienestar mientras aprenden, memorizan y cambian, se conforman y construyen sus cerebros. Porque es cierto que el cerebro se remodela constantemente, ya lo hemos señalado, en los espacios que los arquitectos construyen y más si estos son colegios.
Y a esto apunta la Academia de Neurociencias para el estudio de la arquitectura en Estados Unidos, que ha reunido arquitectos y neurocientíficos para “entre discusiones y tormentas cerebrales” poder concebir hoy nuevos modos de construir. Sin duda, esto debería tener una enorme repercusión para la neuroeducación.
Se trata de nuevos edificios en los que, aún siendo importante y fundamental su diseño arquitectónico, vayan más allá de sus paredes y se contemple la luz, la temperatura y el ruido que tanto influyen en el rendimiento mental, porque este se deteriora si las personas no se sienten a gusto donde están o hay estímulos en el entorno que los distraen o, en general, si las condiciones no son las adecuadas para la realización de una actividad mental determinada. Y, sin duda, esto es esencial en el caso del colegio.
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Y permítanme un añadido, que no deja de tener interés mirando a ese casi inmediato futuro que son los próximos 50 años. Me refiero a algunas reflexiones recientes acerca de la profusa construcción de rascacielos en el mundo y esa tendencia de las arquitecturas “hacia arriba” en las grandes ciudades, que encaja con esa otra tendencia que predice que las poblaciones de seres humanos vivirán en las grandes ciudades. Precisamente, los estudios de las Naciones Unidas ya adelantan que, de los más de 9.000 millones de seres humanos que posiblemente habiten la tierra en el año 2050, más de 6.000 vivirán en ciudades, es decir, dos de cada tres seres humanos nacidos en los próximos 30 años. Esto es lo que ha llevado a muchos arquitectos a justificar, basándose en la sostenibilidad de las ciudades, la difícil comunicación social, los transportes, así como la seguridad, salubridad, agua, alimentos y energía, que el futuro de estas grandes ciudades solo será posible si se construyen “hacia arriba” y no en horizontal, es decir, a vivir en futuros rascacielos.
Pero ¿es posible hacer esto sin antes conocer en profundidad la fisiología del cerebro humano y sus códigos neuronales de funcionamiento? ¿Está el cerebro humano, millones de años viviendo y construyendo su naturaleza a pie de tierra firme, viendo, oliendo y tocando verdes, nieves y hielos, diseñado para vivir dos terceras partes de su vida en el aire, por encima de las nubes y en permanente visión de azules infinitos? ¿Podría ser este desconocimiento el origen de nuevas patologías, nunca antes conocidas, en un cerebro en desarrollo? ¿Podría, en relación especifica con la enseñanza en los niños, violar los códigos heredados a lo largo de millones de años a ir en detrimento, pues, de la enseñanza y ese mismo aprendizaje? Esto ha llevado recientemente a considerar si esta civilización occidental, la más adelantada en tantas cosas, no estará malinterpretando la relación del hombre con un nuevo macroambiente que afecte al crecimiento y al envejecimiento, los sentimientos y los pensamientos, el aprendizaje y hasta la memoria ancestral de los seres humanas. Qué duda cabe que son estas preguntas y estas dudas las que han llevado a muchos arquitectos a un renovado interés en su trabajo y a considerar, ayudando a los neurocientíficos, encontrar nuevos niveles de exploración de la mente humana”